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Ilustraciones de James Donnelly
traducido por María Pons Irazazábal
en base a la versión modificada del 1986
La humanidad se encuentra —y sobre esto el acuerdo es unánime— en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable —y me atrevería a decir estúpido— como fue organizada la vida desde sus comienzos.
Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies —ya se sabe— desde el gusanillo al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafia, o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. La naturaleza, el carácter y el comportamiento, de los miembros de este grupo constituyen el tema de las páginas que siguen. Es preciso subrayar a este respecto que este ensayo no es ni producto del cinismo ni un ejercicio de derrotismo social; no más de cuanto pueda serlo un libro de microbiología. Las páginas que siguen son, de hecho, el resultado de un esfuerzo constructivo por investigar, conocer y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana.
La Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que:
Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Considérese lo que sigue. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:
a) Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas;1
b) Día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.
La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo σ.
Las tendencias culturales que prevalecen hoy en día en los países occidentales favorecen una visión igualitaria de la humanidad. Se prefiere pensar en el hombre como el producto de masa de una cadena de montaje perfectamente organizada. La genética y la sociología, sobre todo, se esfuerzan por probar, con una cantidad impresionante de datos científicos y formulaciones, que todos los hombres son iguales por naturaleza, y que si algunos son más iguales que otros, esto ha de ser atribuido a la educación y al ambiente social, y no a la Madre Naturaleza.
Se trata de una opinión extendida que personalmente no comparto. Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo.
En definitiva, uno nace estúpido por designio inescrutable e irreprochable de la Divina Providencia. Aunque estoy convencido de que una fracción σ de seres humanos es estúpida, y de que lo es por designio de la Providencia, no soy un reaccionario que pretende introducir de nuevo furtivamente discriminaciones de clase o de raza. Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante. Este hecho está expresado científicamente en la Segunda Ley Fundamental, que dice que:
La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.
A este propósito, la Naturaleza parece realmente haberse superado a sí misma. Es archisabido que la Naturaleza, de un modo más bien misterioso, actúa de tal manera que mantiene constante la frecuencia relativa de ciertos fenómenos naturales. Por ejemplo, tanto si los hombres se reproducen en el polo norte como en el ecuador, si las parejas que se unen son desarrolladas o subdesarrolladas, si son negras, rubias, blancas o amarillas, la proporción varón-mujer entre los recién nacidos es constante, con un ligero predominio de los varones. No sabemos de qué manera la Naturaleza obtiene este extraordinario resultado, pero sabemos que para obtenerlo debe operar con grandes números. El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que esta frecuencia sea siempre y dondequiera igual a la probabilidad σ independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto si se someten a examen grupos muy amplios como grupos reducidos. Ningún otro tipo de fenómenos objeto de observación ofrece una prueba tan singular del poder de la Naturaleza.
La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad σ nos la han proporcionado una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo.
Podemos clasificar la población de una universidad en cuatro grandes grupos: bedeles, empleados, estudiantes y cuerpo docente. Cada vez que se analizó el grupo de bedeles se halló que una fracción σ eran estúpidos. Teniendo en cuenta que el valor de σ era más elevado de lo que se esperaba (Primera Ley), se juzgó, de entrada, pagando el tributo a las modas en curso, que era debido a la pobreza de las familias de las que generalmente proceden los bedeles, y también a su escasa instrucción. Pero al analizar los grupos más elevados se encontró que el mismo porcentaje dominaba también entre los empleados y los estudiantes.
Más impresionantes todavía fueron los resultados obtenidos entre el cuerpo docente. Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción σ de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especialmente seleccionado, a una auténtica «elite», a los galardonados con el premio Nobel. El resultado confirmó los poderes supremos de la Naturaleza: una fracción σ de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos.
Este resultado es difícil de aceptar y de digerir, pero existen demasiadas experimentales que confirman básicamente su validez. La Segunda Ley Fundamental es una ley de hierro, y no admite excepciones. El Movimiento para la Liberación de la Mujer apreciará en todo su valor la Segunda Ley, por cuanto esta ley demuestra que los individuos estúpidos son proporcionalmente tan numerosos entre los hombres como entre las mujeres. La población de los países del Tercer Mundo hallará consuelo en esta Segunda Ley, en la medida en que demuestra que los pueblos llamados «desarrollados» no son al fin y al cabo tan desarrollados. Guste o no guste esta Segunda Ley Fundamental, en cualquier caso sus aplicaciones son diabólicamente inevitables. Tanto si uno se dedica a frecuentar los círculos elegantes como si se refugia entre los cortadores de cabezas de la Polinesia, si se encierra en un monasterio o decide pasar el resto de su vida en compañía de mujeres hermosas y lujuriosas, persiste el hecho de que deberá siempre enfrentarse al mismo porcentaje de gente estúpida, porcentaje que (de acuerdo con la Primera Ley) superará, siempre las previsiones más pesimistas.
Llegados a este punto, es necesario aclarar el concepto de estupidez humana y definir la dramatis persona. Los individuos se caracterizan por diferentes grados de propensión a la socialización. Existen individuos para quienes cualquier contacto con otros individuos es una dolorosa necesidad. Éstos se ven obligados, literalmente, a soportar a las personas, y las personas se ven obligadas a soportarlos a ellos. En el otro extremo del espectro, se hallan los individuos que no pueden soportar de ningún modo vivir solos, y están dispuestos a pasar el tiempo incluso en compañía de personas que desprecian antes que estar solos. Entre estos dos extremos, existe una gran variedad de situaciones, si bien la gran mayoría de personas se halla más próxima al tipo que no puede soportar la soledad que al tipo que no es propenso a las relaciones humanas. Aristóteles reconoció este hecho cuando escribió que «el hombre es un animal social», y la validez de su afirmación está demostrada por el hecho de que nos movemos en grupos sociales, que existen más personas casadas que solteras o célibes, que se malgasta mucho dinero y tiempo en exasperantes y aburridos cocktail parties, y que la palabra soledad generalmente tiene connotaciones negativas.
Tanto si uno pertenece al tipo eremita como si pertenece al tipo mundano, en cualquier caso tiene que tratar con la gente, si bien con intensidad diferente. De vez en cuando también los eremitas se encuentran con personas. Además, uno se pone en relación con los seres humanos incluso evitándolos. Lo que podría haber hecho por un individuo o por un grupo, y no lo he hecho, representa un «coste-oportunidad» (es decir, una ganancia frustrada o una pérdida) para aquella persona concreta o grupo concreto. La moraleja es que cada uno de nosotros tiene una especie de cuenta corriente con cada uno de los demás. De cualquier acción, u omisión, cada uno de nosotros obtiene una ganancia o una pérdida, y al mismo tiempo proporciona una ganancia o una pérdida a algún otro.
Las ganancias y las pérdidas pueden ser ilustradas oportunamente por una gráfica, y la figura 1 muestra la gráfica base utilizable para este fin. La gráfica se refiere a un individuo, al que llamaremos Ticio. El eje de la X mide la ganancia que Ticio obtiene con su acción. El eje de la Y muestra la ganancia que otra persona, o grupo de personas, obtiene como consecuencia de la acción de Ticio. La ganancia puede ser positiva, nula o negativa; una ganancia negativa equivale a una pérdida. El eje de la X mide las ganancias positivas de Ticio a la derecha del punto O, mientras que las pérdidas de Ticio son anotadas a la izquierda del punto O. El eje Y, por encima y por debajo respectivamente del punto O, mide las ganancias y las pérdidas de la persona, o grupos de personas, con quienes Ticio está relacionado.
Para aclarar las cosas, pongamos un ejemplo hipotético refiriéndonos a la figura 1. Ticio realiza una acción en la que implica a Cayo. Si Ticio consigue una ganancia por su acción y a Cayo esta misma acción le reporta una pérdida, la acción ha de ser registrada en la gráfica con un signo que aparecerá en algún punto del área B.
Las ganancias y las pérdidas pueden ser registradas en el eje de las X y de las Y en dólares, francos o liras, como se quiera, pero deben incluirse también las recompensas y las satisfacciones psicológicas y emotivas, y los estrés psicológicos y emotivos. Estos son bienes (o males) inmateriales y, por lo tanto, difíciles de medir con parámetros objetivos. El análisis del tipo costes-beneficios puede ayudar a resolver el problema, aunque no completamente; pero no quiero aburrir al lector con detalles técnicos: un margen de imprecisión puede afectar a la medición, pero no afecta a la esencia del argumento. En todo caso, un punto debe quedar claro. Al considerar la acción de Ticio, y al valorar los beneficios o las pérdidas que Ticio obtiene, se debe tener en cuenta el sistema de valores de Ticio; pero para determinar la ganancia o la pérdida de Cayo es absolutamente indispensable tomar como referencia el sistema de valores de Cayo, y no el de Ticio. Con demasiada frecuencia se olvida esta norma de fair play, y muchos problemas surgen precisamente del hecho de que no se respeta este principio de conducta cívica. Recurramos una vez más a un ejemplo trivial. Ticio da un golpe en la cabeza a Cayo y obtiene por ello una satisfacción. Tal vez Ticio sostenga que Cayo es feliz por haber recibido un golpe en la cabeza. Pero es muy probable que Cayo no sea de la misma opinión. Es más, puede que Cayo considere que el golpe en su cabeza ha sido un desagradabilísimo incidente. Si el golpe en la cabeza de Cayo ha sido una ganancia o una pérdida para Cayo, es Cayo quien debe decidirlo, y no Ticio.
La Tercera Ley Fundamental presupone, aunque no lo enuncie explícitamente, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. El lector perspicaz comprenderá fácilmente que estas cuatro categorías corresponden a las cuatro áreas H (Helpless—Incauto), I (inteligente), B (Bad—Malvado), S (Stupid—Estudpido) de la gráfica base (véase figura 1).
Si Ticio comete una acción y obtiene una pérdida, al mismo tiempo que procura un beneficio a Cayo, el signo de Ticio recaerá en el campo H: Ticio ha actuado como un incauto. Si Ticio realiza una acción de la que obtiene un beneficio, y al mismo tiempo procura un beneficio también para Cayo, el signo de Ticio recaerá en el área I: Ticio ha actuado inteligentemente. Si Ticio realiza una acción de la que obtiene un beneficio causando un perjuicio a Cayo, el punto de Ticio deberá situarse en el área B: Ticio ha actuado como un malvado. La estupidez corresponde al área S, y a todas las posiciones sobre el eje Y, por debajo del punto O.
La Tercera Ley Fundamental aclara explícitamente que:
Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
A la vista de esta Tercera Ley Fundamental, las personas racionales reaccionan instintivamente con escepticismo e incredulidad. El caso es que las personas razonables tienen dificultades para imaginar y comprender un comportamiento irracional. Pero dejémonos de teorías y veamos qué es lo que nos ocurre en la práctica en la vida diaria. Todos nosotros recordamos ocasiones en que, desgraciadamente, estuvimos relacionados con un individuo que consiguió una ganancia, causándonos un perjuicio a nosotros: nos encontrábamos frente a un malvado. También podemos recordar ocasiones en que un individuo realizó una acción, cuyo resultado fue una pérdida para él y una ganancia para nosotros: habíamos entrado en contacto con un incauto.2 Igualmente nos vienen a la memoria ocasiones en que un individuo realizó una acción de la que ambas partes obtuvimos provecho: se trataba de una persona inteligente.
Tales casos ocurren continuamente. Pero si reflexionamos bien, habrá que admitir que no representan la totalidad de los acontecimientos que caracterizan nuestra vida diaria. Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación -o mejor dicho- sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida.
La mayor parte de las personas no actúa de un modo coherente. En determinadas circunstancias una persona actúa inteligentemente, y en otras circunstancias esta misma persona puede comportarse como una incauta. La única excepción importante a la regla la representan las personas estúpidas que, normalmente, muestran la máxima tendencia a una total coherencia en cualquier campo de actuación.
De esto no podemos deducir que solamente se pueda señalar en la gráfica la posición de los individuos estúpidos. Podemos calcular para cada persona su posición sobre el plano de la figura 1, tomando como base la media ponderada. Una persona inteligente puede alguna vez comportarse como una incauta, como puede también alguna vez adoptar una actitud malvada. Pero, puesto que la persona en cuestión es fundamentalmente inteligente, la mayor parte de sus acciones tendrán la característica de la inteligencia, y su media ponderada se situará en el cuadrante I de la figura 1.
El hecho de que sea posible colocar en la gráfica a los individuos en vez de sus acciones, permite hacer algunas digresiones sobre la frecuencia de los malvados y de los estúpidos. El malvado perfecto es aquel que con sus acciones causa a otro pérdidas equivalentes a sus ganancias. El tipo de malvado más ordinario es el ladrón. Una persona que roba 10.000 liras, sin causar daños posteriores, es un malvado perfecto: tú pierdes 10.000 liras, él gana 10.000 liras. En la gráfica, los malvados perfectos aparecerán sobre la línea diagonal de 45 grados que divide el área B en dos subáreas perfectamente simétricas (línea OM de la figura 2).
Sin embargo, los malvados perfectos son relativamente pocos. La línea OM divide el área B en las dos subáreas B1 y B2, y la gran mayoría de los malvados se sitúan en algún punto de estas dos subáreas.
Los malvados que ocupan el área B1 son aquellos que obtienen para sí ganancias mayores que las pérdidas que ocasionan a los demás. Todos los malvados que ocupan una posición en el área B1 son deshonestos y con un grado elevado de inteligencia, y cuanto más se acerca su posición a la parte derecha del eje de la X, tanto más dichos malvados participan de las características de la persona inteligente. Desgraciadamente, los individuos que ocupan una posición en el área B1 no son muy numerosos. La mayor parte de los malvados se sitúa en realidad en el área B2. Los malvados que se ubican en esta área son individuos cuyas acciones les proporcionan beneficios inferiores a las pérdidas ocasionadas a los demás. Si alguien hace que te caigas y te rompas una pierna para quitarte 10.000 liras, o te causa daños en el automóvil por un valor de 500.000 liras para robarte una radio insignificante, por la que no va a obtener más de 30.000, si alguien te dispara y te mata con el único objetivo de pasar una noche en Montecarlo en compañía de tu mujer, podemos estar seguros de que no se trata de un malvado «perfecto». Aun utilizando sus parámetros para medir sus ganancias (pero usando los nuestros para medir nuestras pérdidas), este individuo se situará en el área B2, muy cerca del límite de la estupidez pura.
La distribución de la frecuencia de personas estúpidas es completamente diferente de la distribución de los malvados, de los inteligentes y de los incautos. Mientras que la mayoría de éstos se hallan esparcidos en el ámbito de su propia área, los estúpidos están concentrados, en su mayor parte, a lo largo del eje de la Y, por debajo del punto O. La razón de esto es que la gran mayoría de personas estúpidas son fundamentalmente y firmemente estúpidas; en otras palabras, insisten con perseverancia en causar daños o pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí, sea esto positivo o negativo. Pero aún hay más. Existen personas que, con sus inverosímiles acciones, no sólo causan daños a otras personas, sino también a sí mismas. Estas personas pertenecen al género de los superestúpidos, los cuales, siguiendo nuestro sistema de cálculo, aparecerán en cualquier punto del área S, a la izquierda del eje Y.
Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente sólo perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales. Antes que nada depende del factor genético. Algunos individuos heredan dosis considerables del gen de la estupidez, y gracias a tal herencia pertenecen, desde su nacimiento, a la elite de su grupo. El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad. Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje e de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u ocupan). ¡Ah!, y no nos olvidemos de los prelados.
La pregunta que a menudo se plantean las personas razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o de autoridad. Las clases y las castas (tanto laicas como eclesiásticas) fueron las instituciones sociales que permitieron un flujo constante de personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las sociedades preindustriales. En el mundo industrial moderno, las clases y las castas van perdiendo cada vez más su importancia. Pero el lugar de las clases y las castas lo ocupan hoy los partidos políticos, la burocracia y la democracia. En el seno de un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción e entre los poderosos. Hay que recordar que, según la Segunda Ley, la fracción σ de personas que votan son estúpidas, y las elecciones les brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los demás, sin obtener ningún beneficio a cambio de su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al mantenimiento del nivel e de estúpidos entre las personas que están en el poder.
No resulta difícil comprender de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial nocivo de una persona estúpida. Pero nos queda aún por explicar y entender qué es lo que básicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras, en qué consiste el poder de la estupidez.
Esencialmente, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un «más» a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un «más» para sí, procurando también al mismo tiempo un «más» para los demás, deberá obtener su «más» causando un «menos» a su prójimo. Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si uno es racional puede preverlo.
En definitiva, se pueden prever las acciones de un malvado, sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden preparar las oportunas defensas. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Tal como está implícito en la Tercera Ley Fundamental, una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.
Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que:
a) Generalmente el ataque nos coge por sorpresa;
b) Incluso cuando se tiene conocimiento del ataque, no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo, carece de cualquier tipo de estructura racional.
El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales, no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque; como intentar disparar sobre un objeto capaz de los más improbables e inimaginables movimientos. Esto es lo que tenían en la mente Dickens y Schiller al afirmar el uno que «con la estupidez y la buena digestión el hombre es capaz de hacer frente a muchas cosas», y el otro que «contra la estupidez hasta los mismos dioses luchan en vano».
Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. El estúpido no está inhibido por aquel sentimiento que los anglosajones llaman self-consciousness. Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.
No hay que asombrarse de que las personas incautas, es decir, las que en nuestro sistema se sitúan en el área H, generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Es extremadamente difícil explicar por qué sucede esto. Se puede tan sólo formular la hipótesis de que a menudo tanto los inteligentes como los malvados, cuando son abordados por individuos estúpidos, cometen el error de abandonarse a sentimientos de autocomplacencia y desprecio, en vez de segregar inmediatamente cantidades mayores de adrenalina y preparar la defensa.
Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez. A veces hasta se puede caer en la tentación de asociarse con un individuo estúpido con el objeto de utilizarlo en provecho propio. Tal maniobra no puede tener más que efectos desastrosos porque: a) está basada en la total incomprensión de la naturaleza esencial de la estupidez y b) da a la persona estúpida oportunidad de desarrollar posteriormente sus capacidades. Uno puede hacerse la ilusión de que está manipulando a una persona estúpida y, hasta cierto punto, puede que incluso lo consiga. Pero debido al comportamiento errático del estúpido, no se pueden prever todas sus acciones y reacciones, y muy pronto uno se verá arruinado y destruido por sus imprevisibles acciones.
Todo esto aparece claramente sintetizado en la Cuarta Ley Fundamental, que afirma que:
Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.
A lo largo de los siglos, en la vida pública y privada, innumerables personas no han tenido en cuenta la Cuarta Ley Fundamental y esto ha ocasionado pérdidas incalculables a la humanidad.
Las consideraciones finales del capítulo precedente nos conducen a un análisis de tipo «macro», según el cual, en vez del bienestar individual, se toma en consideración el bienestar de la sociedad, definido, en este contexto, como la suma algebraica de las condiciones de bienestar individual. Es esencial para efectuar este análisis una completa comprensión de la Quinta Ley Fundamental. No obstante, es preciso añadir que de las cinco leyes fundamentales la Quinta es, desde luego, la más conocida y su corolario se cita con mucha frecuencia. Esta ley afirma que:
La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.
El corolario de la ley dice así:
El estúpido es más peligroso que el malvado.
La formulación de la ley y de su corolario es aún del tipo «micro». Sin embargo, tal como hemos anunciado antes, la ley y su corolario tienen profundas aplicaciones de naturaleza «macro». El punto esencial que hay que tener en cuenta es éste: el resultado de la acción de un malvado perfecto (la persona que se sitúa sobre la línea OM de la figura 2) representa pura y simplemente una transferencia de riqueza y/o de bienestar. El malvado perfecto, con su acción, habrá añadido un «más» a su cuenta, «más» que equivaldrá exactamente al «menos» que ha ocasionado a otra persona. La sociedad en su conjunto no ha salido ni beneficiada ni perjudicada. Si todos los miembros de una sociedad fuesen malvados perfectos, la sociedad quedaría en una situación estancada, pero no se producirían grandes desastres. Todo quedaría reducido a transferencias masivas de riqueza y bienestar en favor de aquellos que actúan malvadamente.
Si todos los miembros de una sociedad actuaran malvadamente por turnos regulares, no solamente la sociedad entera, sino incluso cada uno de los individuos, se hallaría en un estado de perfecta estabilidad. Pero cuando los estúpidos entran en acción, las cosas cambian completamente. Las personas estúpidas ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas. Por consiguiente, la sociedad entera se empobrece. El sistema de cálculo expresado en las gráficas muestra que, mientras que todas las acciones de los individuos que se sitúan a la derecha de la línea POM (véase figura 3) incrementan el bienestar de una sociedad, aunque sea en grados diferentes, las acciones de todas las personas que se sitúan a la izquierda de la misma línea POM empobrecen a la sociedad.
Dicho con otras palabras, los incautos dotados de rasgos de inteligencia superiores a la media de su categoría (área H1), así como los malvados con rasgos de inteligencia (área B1) y, sobre todo, los inteligentes (área I) contribuyen todos, aunque en grado diverso, a aumentar el bienestar de la sociedad.
Por otra parte, los malvados con rasgos de estupidez (área B2) Y los incautos con rasgos de estupidez (área H2) no hacen sino añadir pérdidas a las ya causadas por las personas estúpidas, aumentando de este modo el nefasto poder destructivo de estas últimas.
Todo esto nos sugiere algunas reflexiones sobre los resultados que se dan en las sociedades. Según la Segunda Ley Fundamental, la fracción de gente estúpida es una constante σ, que no se ve influida por el tiempo, espacio, raza, clase o cualquier otra variante histórica o sociocultural. Sería un grave error creer que el número de los estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en la sociedad en declive:
a) Los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos por la actuación permisiva de los otros miembros;
b) Se produce un cambio en la composición de la población de los no estúpidos, con un aumento relativo de las poblaciones de las áreas H2 y B2.
Esta hipótesis teórica se ve abundantemente confirmada por un exhaustivo análisis de casos históricos. En efecto, el análisis histórico nos permite reformular las conclusiones teóricas de un modo más concreto y con detalles más realistas.
Tanto si consideramos la época clásica como la medieval, la moderna o contemporánea, nos impresiona el hecho de que todo país en ascenso tiene su inevitable porcentaje σ de personas estúpidas.
Sin embargo, un país en ascenso tiene también un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción E, y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho. En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual a E; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez (subárea B2, del cuadrante B de la figura 3) y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos (área H en la figura l). Tal cambio en la composición de la población de los no estúpidos refuerza, inevitablemente, el poder destructivo de la fracción σ de los estúpidos, y conduce al país a la ruina.
[1] Los autores del Antiguo Testamento eran conscientes de la existencia de la Primera Ley Fundamental, y la parafrasearon al afirmar que «stultorum infinitus est numerus», pero cometieron una exageración poética. El número de personas estúpidas no puede ser infinito porque el número de personas vivas es finito.
[2] Nótese la precisión «un individuo realizó una acción». El hecho de que fue él quien inició la acción es decisivo a la hora de establecer que se trata de un incauto. Si hubiese sido yo quien inició la acción que determinó mi ganancia y su pérdida, la conclusión sería diferente: en este caso yo habría actuado como un malvado.