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Traducción de How the Frankfurt School Changed American Culture, de David Galland @dwgalland
Los años 50 eran una época simple, romántica y dorada en Estados Unidos.
Las playas de California, los nacientes barrios residenciales, y el “estilo americano”. Atlas Shrugged apareció en las librerías, se creó la NASA y Elvis sacudía la nación. Cada año de la década de los ‘50 nacieron más de 4 millones de bebés. EE.UU. estaba en lo alto del mundo en todos los campos.
Era una era de gran prosperidad económica en La Tierra de la Libertad.
Entonces, ¿qué pasó con las características americanas de confianza en uno mismo, orgullo y responsabilidad?
Las raíces de la decadencia de la cultura occidental son muy profundas, habiendo brotado por primera vez hace un siglo. Comenzó con un grupo de ideólogos del movimiento comunista europeo. Hoy en día se los conoce como la Escuela de Frankfurt, y sus ideales han pervertido a la sociedad americana.
Antes de la Primera Guerra Mundial, la teoría marxista sostenía que si la guerra estallaba en Europa, las clases trabajadoras se rebelarían contra la burguesía y crearían una revolución comunista.
Como es el caso con gran parte de la teoría marxista, las cosas no salieron como se esperaba. Cuando estalló la guerra en 1914, en lugar de iniciar una revolución, el proletariado se puso los uniformes y se fue a la guerra.
Después que terminó la guerra, los teóricos marxistas se preguntaron: “¿Qué salió mal?”
Dos importantes pensadores marxistas de la época eran Antonio Gramsci y Georg Lukács. Cada uno por su cuenta llegó a la conclusión de que la clase obrera de Europa había sido cegada por el éxito de la democracia y el capitalismo occidentales. Razonaron que hasta que ambos fueran destruidos, la revolución comunista no era posible.
Gramsci y Lukács eran ambos activos en el Partido Comunista, pero sus vidas tomaron caminos muy diferentes.
Gramsci fue encarcelado por alrededor de diez años por Mussolini en Italia, donde murió en 1937 por problemas de salud.
En 1918 Lukács se convirtió en ministro de cultura en la Hungría bolchevique. Durante este tiempo Lukács notó que si la unidad familiar y la moral sexual se erosionaban, la sociedad burguesa podría ser destruida.
Lukács implementó una política que tituló “terrorismo cultural”, que se centró en estos objetivos. Parte importante de dicha la política era dirigirse a las mentes de los niños, a través de conferencias que los alentaban a ridiculizar y rechazar la ética cristiana.
En estas conferencias se presentaba a los niños contenido pornográfico, y se les inculcaba una conducta sexual promiscua.
Una vez más una teoría marxista fracasaría en imponerse en el mundo real. La gente se indignó con el programa de Lukács, huyendo éste de Hungría cuando Rumanía la invadió en 1919.
Todo estuvo tranquilo en el frente marxista hasta 1923, cuando nuestro terrorista cultural Lukács se presentó a una “semana de estudio marxista” en Frankfurt, Alemania. Allí conoció a un joven y rico marxista llamado Félix Weil.
Antes de Lukács, la teoría marxista clásica se basaba únicamente en los cambios económicos necesarios para derrocar el conflicto de clases. Weil estaba entusiasmado con el punto de vista cultural de Lukács sobre el marxismo.
El interés de Weil lo llevó a financiar un nuevo grupo de reflexión marxista: el Instituto de Investigaciones Sociales. Más tarde llegaría a ser conocido simplemente como la Escuela de Frankfurt.
En 1930 la escuela cambió de curso bajo su nuevo director, Max Horkheimer. El equipo comenzó a mezclar las ideas de Sigmund Freud con las de Marx, y nació el marxismo cultural.
En el marxismo clásico, los trabajadores del mundo eran oprimidos por las clases dominantes. La nueva teoría era que todos los miembros de la sociedad eran psicológicamente oprimidos por las instituciones de la cultura occidental. La escuela llegó a la conclusión que este nuevo enfoque necesitaría nuevas vanguardias para estimular el cambio; los trabajadores no podrían rebelarse solos.
El destino tenía guardado que los nazis llegarían al poder en Alemania en 1933. Eran malas época y lugar para ser un marxista judío, como era la mayor parte de la facultad del Instituto de Investigaciones Sociales. Por lo tanto, la escuela se trasladó a Nueva York, bastión de la cultura occidental en el momento.
En 1934 la escuela renació en la Universidad de Columbia. Sus miembros comenzaron a aplicar sus ideas a la cultura americana.
Fue en la Universidad de Columbia donde la escuela perfeccionó la herramienta que usaría para destruir la cultura occidental: la palabra impresa.
La escuela publicó muchos libros famosos. El primero de ellos fue la Teoría Crítica de Horkheimer.
La Teoría Crítica es un juego de semántica. La teoría era simple: criticar cada pilar de la cultura occidental: familia, democracia, derecho, libertad de expresión y otros. La esperanza era que estos pilares se derrumbaran bajo la presión.
El siguiente fue un libro co-escrito por Theodor Adorno: La personalidad autoritaria. El libro redefinía como “prejuiciosas” las opiniones tradicionales sobre los roles de género y las costumbres sexuales. Adorno las comparaba con las tradiciones que llevaron al surgimiento del fascismo en Europa.
(¿Será coincidencia que el epíteto más socorrido de la progresía políticamente correcta y los auto-denominados “guerreros de la justicia social” sea el de “fascista”?)
La escuela se apartó de la economía y se dirigió hacia Freud, publicando obras sobre la represión psicológica.
Sus obras dividen a la sociedad en dos grupos principales: los opresores y las víctimas. Afirmaban que la historia y la realidad eran moldeadas por aquellos grupos que controlaban las instituciones tradicionales; es decir, hombres blancos de ascendencia europea.
Partiendo de ahí, afirmaban que los roles sociales de hombres y mujeres se debían a diferencias de género definidas por los “opresores”. En otras palabras, el género no existía en la realidad, sino que era simplemente una “construcción social”.
Adorno y Horkheimer regresaron a Alemania cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Herbert Marcuse, otro miembro de la escuela, se quedó en EE.UU. En 1955, publicó Eros y Civilización.
En su libro Marcuse afirmaba que la cultura occidental era intrínsecamente represiva, ya que renunciaba a la felicidad en aras del progreso social.
El libro proponía la “perversidad polimorfa”, un concepto elaborado por Freud. Planteaba la idea del placer sexual fuera de las normas tradicionales. Eros y la civilización llegaría a ser muy influyente en darle forma a la revolución sexual de los años 60.
Marcuse sería el que respondería a la pregunta de Horkheimer de los años treinta: ¿quién reemplazaría a la clase obrera como la nueva vanguardia de la revolución marxista?
Marcuse creía que sería una coalición de minorías: negros, mujeres y homosexuales.
Los movimientos sociales de los años sesenta —el Poder Negro, el feminismo, los derechos de los homosexuales, la liberación sexual— proporcionaron a Marcuse un vehículo único para insertar las ideas del marxismo cultural en la corriente de pensamiento convencional. Oponiéndose vehementemente a todo lo considerado parte del establishment, los ideales de la Escuela de Frankfurt prendieron como fuego en las universidades estadounidenses.
Marcuse publicó luego Tolerancia Represiva en 1965, en pleno apogeo de los diversos movimientos sociales en EE.UU. En ese libro Marcuse argumentaba que la tolerancia de todos los valores e ideas, implicaba la represión de las ideas tradicionalmente consideradas “correctas”.
Marcuse acuñó el término “tolerancia liberadora”. Exigía la tolerancia de cualquier idea proveniente de la izquierda, pero la intolerancia de las de la derecha. Uno de los temas recurrentes de la Escuela de Frankfurt era la total intolerancia con cualquier punto de vista, salvo los suyos por supuesto. Ése es también un rasgo básico de quienes hoy en día adhieren a la corriente de lo políticamente correcto.
Citando a Horkheimer: «la lógica depende del contenido». En otras palabras: ¡los marxistas culturales se permitían ser falaces con tal de suprimir ideas contrarias!
El trabajo de la Escuela de Frankfurt ha tenido un profundo impacto en la cultura americana. Ha remoldeado la América homogénea y optimista de los años cincuenta en la nación dividida y pendenciera de hoy.
A su vez, esto ha contribuido a la destrucción innegable de la unidad familiar, así como ha promovido la política de identidades (definirse no como individuo o adhiriente a las tradicionales categorías políticas, sino como “víctima” perteneciente a un “grupo minoritario oprimido”), el feminismo radical y la polarización racial en EE.UU.
Es difícil decidir si la cultura de hoy se parece más al 1984 de Orwell o a Un mundo feliz de Huxley.
Siempre dispuestos a montar una ola popular, la casta política de EE.UU. ha adoptado sin reparos las ideas de la Escuela de Frankfurt y las ha inculcado a la sociedad norteamericana a través de la deficiente e idologizada educación pública obligatoria.
Barack Obama y Hillary Clinton, arquetipos del progresismo, fueron discípulos de Saul Alinsky, un devoto marxista cultural.
Y ahora vivimos en una sociedad hiper-sensible en la que los sentimientos y modas sociales tienen más importancia que la realidad biológica y objetiva, como principales determinantes del bien y del mal.
La cultura de lo “políticamente correcto” —según el diseño de sus propios creadores— es una guerra contra la lógica y la razón.
Citando a Winston, el protagonista de la antiutopía de Orwell: «Libertad es la libertad de decir que 2 + 2 = 4».
Hoy en día, Estados Unidos no es libre.