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A mediados del siglo 18, el 90% de la población se dedicaba a la agricultura.
Tú probablemente no tuvieras tu profesión; tu familiar quizá no sería abogado, aquél no sería periodista, ella no sería arquitecta.
Todos tendríamos que dedicarnos a labrar la tierra, cosechar, tejer la ropa, cuidar los animales…
…de sol a sol, sin días feriados.
Y una mala cosecha, un helada significaba hambre.
Cada uno de nosotros ya tendría cinco, seis hijos —desde los quince, desde los dieciocho años— pues son una inversión: para cuidar los animales, para labrar la tierra.
Además que tendríamos la certeza de que, de esos cinco o seis, dos o tres se nos morirían de enfermedades infantiles.
Llega la revolución industrial. Se inventa la aventadora (?) de trigo, la desmotadora de algodón, la lanzadera volante (?), el tractor: mágicamente empieza a desaparecer una cuarta parte, un tercio, la mitad del trabajo de la granja.
Hemos ganado tiempo para dedicar al ocio, a la lectura, a inventar cosas. Podemos dedicarnos a otra cosa que NO sea la agricultura.
Podemos tener menos hijos: no necesitamos ya tantas “manos” trabajando en la granja; podemos cuidar mejor de la salud de nuestros niños, con higiene, con vacunas, con una mejor alimentación casi garantizada.
Hoy en los países desarrollados sólo un 2% de la gente se dedica a la agricultura, y salvo el riesgo del socialismo/comunismo y guerras, la hambruna ha desaparecido del horizonte de la humanidad.
Gracias a la revolución industrial hoy puedes, querido lector, dedicarte a lo que prefieras; y tú y tus coetáneos, elegir NO tener hijos.
Sabes que, trabajando unas cuantas horas, puedes asegurar el alimento tuyo y de tu familia.
Tienes a tu disposición jabón, detergentes, insecticidas, vacunas, antibióticos, analgésicos, transporte, entretenimiento etc., baratos y de calidad, que te permiten tener una existencia más cómoda y placentera.
Sin embargo hay algunitos que dicen: “eZ kE lA rEboLusIoN iNdUzTrIaL kAuzO pOvResA”.
Son los mismos que en el siglo XIX destruían las máquinas que liberaban al ser humano, “pOrKe KaUzAn dEsEnpLEo”.
A esos atrasapueblos, no hay que creerles.
Todo lo que tenemos se lo debemos a la revolución industrial.
Recuerda: sin ella, no estarías leyendo esto…
Probablemente estarías plantando papas, o tejiendo tela, o aventando trigo.
Finalmente, como decía un chusco en un comentario en la página de Cracked.com que me llevó a ese comic de Daisy Owl, “¡Bien dicho de la Revolución Industrial! ¡Ahora vayamos a dirigir nuestras críticas a la Edad de Bronce!”: bastante malo es ahistórico; peor aún negarse a reconocer los avances de una época.