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Bastante se ha discutido últimamente sobre el uso de la fuerza en defensa de una agresión injusta: ¿es legítima, o no? ¿Hay que dejarse agredir nomás?
Lógicamente a los parásitos estatales —y quienes aspiran a serlo— no les interesa tener víctimas inermes; luego se oponen por principio a una población armada, como ya exploramos en La verdadera cuestión subyacente al control de armas.
Ahora analizaremos qué hacer con los delincuentes, y enfrentaremos a los progres que están siempre prestos a defender la delincuencia, no a la “sociedad burguesa capitalista alienante”, a la que detestan.
Los derechos humanos ocurren en el ámbito de la racionalidad y empatía.
Entre los humanos, la doctrina de DDHH sólo ha aparecido en occidente: con la influencia de la filosofía grecorromana, la iglesia (el hombre como hijo de Dios) y la revolución francesa, que recogió esas ideas vaciándolas de su contenido religioso.
China en repetidas ocasiones se niega a aceptar tratados de DDHH, afirmando que son ajenos a su cultura. Tampoco rigen en los países musulmanes de línea dura, ni en los socialistas, y débilmente entre nosotros.
En principio pensaba que nomás era pretexto para no comprometerse a respetarlos, pero tienen razón: la mayor parte del mundo no se debe a la civilización romano-griego-judeocristiana; la mayor parte del mundo NO cree en los DDHH.
Y eso no ha sido obstáculo para que logren altos niveles de desarrollo económico y cultural: como demuestran China, Singapur, Vietnam, Japón, es posible prosperar económicamente bajo gobiernos autoritarios, y bajo culturas no-cristianas.
En esas culturas se valora mucho el orden, la conformidad; un estado que nos parecería orwelliano, allá no suscita indignación, pues proporciona orden, para vivir tranquilo y producir.
El individualismo, la libre expresión de la personalidad, pensamiento e ideas, que se creía necesario para la prosperidad, ha sido refutado; basta la libertad económica.
Todo esto es una descripción no valorativa de lo que podemos observar.
Los humanos hemos existido durante decenas de miles de años, matándonos entre nosotros constantemente. Racionalidad y todo. En occidente y en todas partes. En la prehistoria y ahora también.
Algunas voces en toda cultura se alzaban en pro de la racionalidad; pero la realidad siempre fue de guerra, violencia, matanzas…
Aún hoy, luego de dos siglos de DD.HH., la vida vale tan poco en tantas partes del mundo, y entre nosotros, vale menos que un celular para un delincuente.
Entre los animales por supuesto es inútil hablar de DDHH y derecho a la vida; unos son depredadores, otros presas; la vida de unos depende de la muerte de otros.
¿Ha de sentirse culpable el tigre por matar a la gacela que lo alimentará a él y sus crías? ¿Ha de sentirse culpable la gacela por sobrevivir frente al tigre adulto que muere de hambre al ya no poder cazar?
Absurdo; ni siquiera pueden plantearse la cuestión; y aunque pudieran, estamos hablando de cuestiones de vida o muerte: alimentarse, o morir de hambre.
Y el ser humano también es depredador, no lo olvidemos. No lo digo en sentido retórico-progre-golpe-de-pecho-cómo-matamos-la-Pachamama; el ser humano durante la mayor parte de su existencia en la tierra obtuvo su sustento matando animales salvajes (y otros hombres), y asimismo siendo devorado por ellos.
¿Pudiera la sociedad civilizada mantenerse si hubiera leones, tigres, osos salvajes deambulando por las calles? Claro que no. Los exterminamos de nuestro hábitat.
(Los propios animales salvajes normalmente guardan una respetuosa distancia del ser humano, el más formidable depredador. Mas no dudarían en devorarnos al vernos solos e inermes, si el hambre arrecia.)
¿Qué hacemos cuando hay perros rabiosos? Se los captura y extermina.
La mayoría de la gente se comporta honestamente, sin tener mayor conocimiento del código penal.
No roban, ni matan, ni violan, porque repugnan a su moralidad.
Una minoría, de moralidad más laxa, puede sentirse inclinada a cometer esos crímenes, pero un rápido inventario moral les recuerda que les es vedado, o por lo menos las consecuencias penales (en cuyo cálculo las probabilidades de ser atrapado influyen) le servirán de disuasión.
(Si las probabilidades de ser descubierto son pocas, probablemente cometan el crimen; de ahí la importancia de reducirles las oportunidades de tentación.)
Los delincuentes comunes no hacen ese cálculo; y si lo hacen, persistiendo en su empeño, demuestran poca inteligencia, pues las consecuencias penales y sociales del crimen superan ampliamente sus beneficios.
(Como diría Cipolla, actúan como estúpidos, pues los perjuicios de sus actos superan los beneficios que obtienen.)
Entonces tenemos que los delincuentes se comportan así, sea por falta de empatía, sea por falta de inteligencia, o una mezcla de ambas.
Sea por la razón que fuere, perturban el orden social, por excluirse de la racionalidad y de la empatía que nos permite progresar.
¿Qué hacer?
Lo primero será evitar que sigan comportándose así.
Ya que no hay pena de muerte —porque repugna a nuestra racionalidad, no porque los delincuentes “tengan DDHH”, que ya vimos es una teoría peculiar no hegemónica de occidente, cooptada hoy por los progres precisamente para debilitar la sociedad, facilitando impunidad a los delincuentes— propongo la ley de “tres strikes”: aquellos que hayan cometido ya dos delitos violentos, al tercero recibirán cadena perpetua.
(O por lo menos, que no recuperen la libertad sino hasta la senectud: 65 años)
Ese espectáculo de delincuentes que tienen decenas de detenciones por crímenes violentos, es un escándalo social: desnuda una justicia estatal inútil; inútil para capturar e imponer una pena, ni se diga rehabilitar.
La teoría de DDHH, como dijimos, ha sido cooptada por los progres, y se emplea selectivamente para ser leniente con los delincuentes, porque “son unas víctimas de la sociedad”.
(Asimismo, dudo que esa doctrina sea hegemónica en el mundo o en una sociedad; sólo en círculos progres de vendedores de humo en universidades y think tanks; no hay que dejarles imponerla.)
Así que hemos de dejar de escuchar a los progres, pues sus ideas están fracasando en proporcionarnos la seguridad que necesitamos.
Por lo tanto declaro que en la naturaleza no hay DDHH. Sólo en el ámbito de la racionalidad.
Así como en la naturaleza no hay arte, ni filosofía, ni siquiera ética; son todos ellos frutos del hombre racional, en tanto lo es, en tanto ejerce esas facultades.
Un loco furioso permanece ajeno al arte, la filosofía, la ética…, los DDHH.
Si un agresor sale del ámbito de la racionalidad, ha de recibir una respuesta de acuerdo con el estado de naturaleza en el que se encuentra.
¿Se puede “rehabilitar” una fiera salvaje que aterroriza una población? No; sólo actúa según su naturaleza.
¿Puede volverse vegetariano un tiburón, un tigre, un lagarto? Claro que no.
¿Puedes hacer valer tus “DDHH” frente a un tiburón, un tigre hambriento, un perro rabioso? Absurdo.
Algunas fieras, no todas, pueden ser domadas con una combinación de malos tratos e incentivos; “el palo y la zanahoria”.
Y sin embargo hay animales indomables. ¿Hay lugar para ellos en la sociedad?
No en las casas; no en las calles; no en el circo; tal vez en el zoológico.
Su lugar es FUERA de la sociedad humana.
Hace años un amigo andaba con un guardaespaldas que era ex policía.
Una vez los acompañé al suburbio; un tipo mala traza que usaba muletas saludó al guardaespaldas con deferencia no exenta de frialdad.
Contó el guardaespaldas que tiempo atrás ese maleante de barrio, envalentonado, lo había amenazado, así que le disparó en la pierna y lo dejó cojo.
Santo remedio: un pillo menos.
¿Aceptarían los defensores de DDHH algo similar? Lo dudo… Atenta contra los DDHH del pobre señor honorable doctor don delincuente…
Pero cierta incapacitación física es muy útil para evitar la reincidencia. Quizá sería preferible a la prisión perpetua.
Pero como sociedad es necesario evitar que delincuentes reincidan.
Por eso repito mi propuesta:
Los DDHH no existen. Son un constructo social, únicamente posible en el seno de la racionalidad, donde hay otros constructos como el derecho a la vida, la propiedad, la integridad física, etc.; el delincuente, al negar esos constructos sociales y su marco racional, también pierde la protección que el constructo “DDHH” le proveía.
Pero la pena de muerte repugna a la conciencia de quienes aún insistimos en ceñirnos a los mencionados constructos; ¿qué hacer entonces con los delincuentes?
Aplicar la doctrina de los tres strikes:
Para el primer delito violento, que se apliquen reducciones por buena conducta; 2x1, pena suspendida, etc.
Para el segundo, que se aplique la pena máxima, sin ninguna contemplación por buena conducta ni ninguna reducción ni atenuante.
Para el tercer delito violento, prisión perpetua. O, por lo menos, hasta la senectud.
(Y una vez dentro de la cárcel, en la primera agresión violenta, prisión celular perpetua o hasta la senectud.)
Recordemos: los delincuentes, por falta de inteligencia o por psicopatía, no son disuadidos de delinquir por la ley penal; así que la típica idea progre de que “el endurecimiento de las penas no disminuye los crímenes” es impertinente, irrelevante; lo que nos interesa es sacar de las calles a estos delincuentes concretos, no rehabilitarlos.
(Además que esa ilusión de la rehabilitación es patrimonio de la izquierda, que considera que el ser humano no tiene naturaleza, y que una intervención “científica” es capaz de moldearlo a placer. ¡Fantasías! que ameritan su propio artículo.)
Mi máxima “criminal linchado no reincide” es irrepetible en la buena sociedad, así que me permito reformularla en estos términos: “criminal en prisión celular perpetua no reincide”.
Por nosotros, no por ellos mismos, que como ya vimos, no tienen ninguna “dignidad humana, DDHH” en cuanto dejan de comportarse como humanos racionales, y actúan como locos furiosos, o fieras depredadoras.
¿Qué opina, estimado lector?