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Contra la plusvalía marxista

Contra la plusvalía marxista

Todos conocemos por ósmosis la teoría de la plusvalía marxista: el trabajador produce 100, pero sólo le pagan, digamos, 70; y la diferencia se la queda el empleador; ésa es la plusvalía que se “robaría” el patrono.

De entrada cualquier persona que haya hecho algún negocio en su vida, sabe íntimamente que duh, lo lógico en el comercio es comprar barato y vender más caro; salvo alguna excepción —por ejemplo, comprar con sobreprecio a un familiar para ayudarlo—, siempre se tratará de comprar barato para vender caro, y tener una ganancia; hacer lo contrario implica perder dinero, y haciéndolo unas cuantas veces, ¡zas!, desaparece nuestro capital.

Así que no sería de asombrarse que el empleador pague 70 por algo que va a revender en 100; salvo casos excepcionales (nuevamente, contratar a pérdida a un pariente en el negocio familiar, para ayudarlo, por ej.), jamás un empleador contratará trabajadores a pérdida; costos laborales suelen rondar la mitad de los costos totales de producción, así que no es de sorprenderse que si no se controlan bien, pongan en riesgo la rentabilidad.

No es de sorprenderse que Marx —alguien sin ninguna experiencia productiva o comercial— no haya entendido algo tan simple como los costos de producir algo; tampoco es de sorprenderse que los zurdos —generalmente empleados, no productores— tampoco lo entiendan.  En resumen: el empleador “compra” mano de obra; la “mezcla” con materia prima y máquinas; y luego vende todo eso un poco más caro que lo que le costó.  Y no puede ser de otra manera, si el negocio ha de ser viable.

No sólo el trabajo se “vende” más caro; también la materia prima transformada con el aporte de la maquinaria y demás activos.  No hacerlo, no tiene sentido, pues garantiza pérdidas y extinción de capital.  Esto ya te da una idea de por dónde vamos a ir.

¿Significa esto que debes resignarte a “ser explotado porque así es el mundo”?  Claro que no.  Siempre analiza las cosas en función de sus alternativas; si estás desempleado, tu ingreso es $0, así que probablemente te sientas inclinado a aceptar una oferta rápidamente.  Una vez contratado, si alguien te ofrece más de lo que ganas, probablemente aceptarás.  Subjetivamente, para ti es mejor “ser explotado” y ganar algo, que seguir desempleado y no ganar nada; otra persona quizá piense: «mi trabajo vale más, esperaré una mejor oferta», y será su preferencia personal.

Muchas personas no se contentan con eso y emigran a mercados donde se paga más por su trabajo; otros prefieren permanecer en su país y ganar menos, pero estar cerca de sus familias.  Unos eligen deslomarse y acumular patrimonio; otros eligen una vida con más equilibrio trabajo/ocio…  Las preferencias son subjetivas y personales, y han de ser analizadas en el marco de las alternativas disponibles, no en un “mundo ideal”.

Si eliges trabajar para alguien, es porque subjetivamente para ti ese trabajo vale más que las alternativas disponibles; sea el ocio, sea seguir desempleado, sea otras ofertas menos atractivas.  Y por supuesto estamos sujetos a error, a información incompleta, etc.

Así como el comprador valora más el objeto que compra, que los dólares que tiene; y el vendedor valora más los dólares que el objeto que tiene para vender, así mismo el empleador valora más tu trabajo que el sueldo que te paga; y tú valoras más el sueldo que recibes, que los otros usos que podrías darle a tu tiempo.  Ambos sienten que ganan —o deberían hacerlo; si no, deberías buscarte otro trabajo —y el empleador buscarte un reemplazo!—, ambos ganan en esa transacción libre.


En segundo lugar, el siempre excelente Juan Fernando Carpio (@jfcarpio en X) en el ensayo del mismo nombre comparte su descubrimiento de la Plusvalía de Say, en la que demuestra —64 años antes que Marx— que el “malvado capitalista explotador ladrón de plusvalía” es en realidad el mejor amigo del trabajador; ya que gracias a sus inversiones de capital —fábricas, máquinas, demás activos fijos, división del trabajo de otros empleados, etc.— es capaz de ofrecerle ingresos superiores a los que lograría el trabajador por sí solo.

En un ejemplo se ve más claramente: un peón cavando zanjas con sus manos es muy poco productivo y echará a perder su salud rápidamente; el mismo peón con un pico y pala ya es más productivo, y puede ser contratado por una cierta suma de dinero; pero si al mismo peón lo entrenamos en el manejo de una retroexcavadora, su productividad se dispara, y asimismo su posibilidad de ingresos: gana más un operador de retroexcavadora que un peón con pico y pala.  Y el peón no tiene que comprarse la retroexcavadora, se la proporcionará el patrón.  Así, la inversión que hizo el capitalista —en comprar o alquilar la retroexcavadora, en tener una oficina montada para participar en licitaciones, etc.— permite al trabajador ganar mucho más.

Por supuesto, Carpio lo explica mucho mejor que yo, y animo al lector a leer el ensayo completo.  Es por eso que decimos que la teoría marxista de la plusvalía “nació refutada” 64 años después que la de Say.


Pero hay otro factor a tomar en cuenta; factor que sé que herirá la sensibilidad estética de los zurdos que me lean, pero qué le vamos a hacer.

Extraer minerales del suelo es una tarea compleja, que requiere un conocimiento especializado que puede sin embargo adquirirse en carreras técnicas: minería, petróleo.  Hay una ciencia detrás de su explotación.

En el caso del ser humano, hay varias ciencias que lo estudian; pero ahí nos alejamos ya del terreno científico —capaz de hacer predicciones— y nos adentramos en complejidades impredecibles, de naturaleza más artística.

Un ingeniero puede diseñar un puente y asegurar con bastante confianza que resistirá sin derrumbarse; un químico conoce las fórmulas que le permiten obtener derivados del petróleo.

Acercándonos al ser humano, las probabilidades se vuelven más difusas: el médico sabe que no todas las medicinas funcionan para todos los pacientes; algunos padecerán efectos secundarios; el psicólogo tiene una idea de la eficacia de sus terapias, pero difícilmente puede garantizar un resultado.

No se diga en el campo artístico; ahí entramos en el dominio ignoto de la suerte: ¿tendrá éxito un nuevo cantante, un nuevo escritor…?  Nada más común que talentos sin descubrir y artistas mediocres que disfrutan éxito masivo… (*cof* BadBunny *cof*)  ¡Así es el mundo humano!

Hay quienes nacen con mucha habilidad deportiva; otros saben innatamente cómo vender; algunos desde jóvenes descubrieron su talento para conquistar corazones, otros lamentablemente nacieron inclinados al mal y a hacer sufrir al prójimo…

Pues hay quienes nacen con el talento para extraer plusvalía de otros.  Ea, lo dije.

Si alguien cree que ser empresario es fácil, monte una empresa y fórrese…  Lo más probable es que pierda dinero, pues la mayoría de negocios fracasa pronto.  Los negocios exitosos son en realidad sobrevivientes de una implacable mortandad empresarial.  En serio: si no me crees, emprende cualquier cosa; trata de vivir de tu emprendimiento, contrata empleados y trata de pagarles con lo que produce el emprendimiento, y dime cómo te va…  ¡Ah!, no olvides que también el estado y el municipio esperan sus tajadas…

Pues así como Messi nació para patear una pelota, Shakira nació para bailar y tu asesino en serie favorito nació para matar gente y dejar un reguero de sufrimiento, hay gente que tiene el talento emprendedor; espontáneamente saben conjugar los diversos factores de producción de tal manera que al final del día tienen una ganancia, y no pérdida.

Son gente valiosa, pues genera riqueza y empleo.  Son como chefs que saben crear algo delicioso con los ingredientes que tienen disponible.  Son como Brian Epstein, que encontró una oscura banda de rock compuesta por chicos raros de un pueblito inglés, vio su potencial y los convirtió en The Beatles.  Son los Da Vinci que cogen el mismo pincel, las mismas pinturas que podríamos coger nosotros, y hacen una obra de arte (a diferencia de nosotros).

Y no: no es algo que se pueda enseñar; peor aún por parte de profesores que no son emprendedores.  Es algo que se puede aprender —por ejemplo, los hijos que desde pequeños empiezan a involucrarse en el negocio familiar— y algunos muestran talento innato pese a no haber tenido ejemplo en la familia.

Esta idea surgió de un intercambio tuitero.  Ante un profesor universitario que exponía apasionadamente la teoría de la plusvalía marxista —con la intención, como siempre, de soliviantar el ánimo de los estudiantes y emponzoñar sus corazones con odio y envidia—, el usuario @BenPielstick comentaba: «Los empleadores te pagan lo que vales. Si te pudieran pagar menos, lo harían, pero no pueden [porque renunciarías], así que te pagan lo que el mercado ordena. Trabajas para alguien más, porque no puedes extraer el valor de tu trabajo por tu cuenta; de lo contrario, lo harías».

Ante lo cual no pude contener mi entusiasmo y comenté: «¡Exacto! La gente no se da cuenta. Si piensas que te están explotando, trata de ofrecer tus servicios por tu cuenta, como freelance; lo más probable es que tu ingreso se desplome».

Muchos comentaron lo que venimos diciendo: el trabajador se beneficia de los activos de capital comprados; de la fábrica, de las oficinas; del marketing y de las ventas; de las relaciones establecidas con proveedores y clientes… ¿Crees que puedes tú solito reemplazar todo eso, chico listo?  ¿Por qué no lo intentas?  Ahí te darás cuenta que si no vendes no ganas un centavo; que si producir ya es difícil, vender lo es más, y no todos tienen esa habilidad.

Así que ahí está: la refutación a la teoría marxista con “tres patas” como un taburete: 1) el empleador necesariamente paga al trabajador menos de lo que produce, porque lo contrario implicaría que el trabajador le dé pérdidas, y habría de ser despedido; 2) el trabajador se beneficia de la inversión del capitalista para aumentar su productividad y, consecuentemente, sus ingresos; y 3) aceptémoslo, la mayoría de nosotros no somos capaces de “extraer nuestra propia plusvalía”; es el “síndrome del artista talentoso pero muerto de hambre” porque no sabe vender; por eso trabajamos para personas que saben extraer plusvalía, personas que tienen la habilidad de conjugar trabajo ajeno, materias primas, maquinaria, y vender el producto.

¡Los empresarios y emprendedores exitosos deberían ser más apreciados!  Deberían ser bendecidos en las oraciones del trabajador, de su cónyuge e hijos, pues gracias a su habiliadad les brinda el sustento.  Las sociedades que lo entienden son mucho más prósperas que aquellas que recelan y odian del empresario y emprendedor.


Y me permito citar una razón adicional.  Crear un puesto de trabajo requiere inversión por varios miles de dólares; desde un puñado de miles de dólares para una isla en un centro comercial venido a menos, hasta varios cientos de miles de dólares para un puesto de trabajo en una fábrica de alto nivel.  Esa inversión empieza a depreciarse incluso antes de haber vendido nada, y asimismo está sujeta a la implacable ley natural que condena al fracaso a la mayoría de emprendimientos (si el negocio fracasa, los activos se liquidarán a un precio mucho menor que el que costaron).

¿Merece algo de gratitud una persona que invierte y arriesga miles de dólares para que tú puedas trabajar y recibir un ingreso estable (independientemente de los vaivenes del negocio), librándote de salir a la calle a vender?  Yo creo que sí.  Sólo alguien con hondo resentimiento social y envidia lo negaría.